Envuelto en mil y una polémica, el rey emérito ha decidido poner pies en polvorosa y abandonar el país que, durante treinta y nueve años representó y del que fue soberano. ¿Con qué fin? Ayer mi teléfono móvil echaba humo. Nadie podía creerse la noticia. ¿Se va a ir así? ¿Sin más? ¿Sin rendir cuentas ante la justicia? No olvidemos que aún ostenta el título de rey emérito y según nuestra constitución, la figura del rey es inviolable.
España siempre ha sido un país dividido. Históricamente siempre se ha hablado de dos Españas. Moderados y conservadores; franquistas y antifranquistas; ricos y pobres. ¿Monárquicos y antimonárquicos? No, más bien diría yo, republicanos y “juan carlistas”. España nunca ha sido monárquica.
Hoy, aquellos que siempre apoyaron la figura de Juan Carlos I como Rey de España, están de luto, se sienten desamparados y algo huérfanos. Y aquellos que están en su contra, parecen olvidar el pasado (algo que nunca debe hacerse).
La historia habla por sí sola. Juan Carlos I (como figura representativa de la historia, dejando de lado al hombre y/o al personaje mediático) ha sido un referente que no podemos obviar y al que no deberíamos ningunear de la forma en la que se le está ninguneando.
Sin olvidar, claro está, que fue Rey por obra y gracia de Franco, (no porque le tocara por derecho dinástico ni porque nadie votara en unas elecciones), hizo su papel como figura de cara a la política exterior a la perfección. España siempre estuvo bien representada en la imagen de su monarquía. Hizo lazos de amistad con paises que favorecieron al nuestro y mantuvo siempre una imagen impecable de marido y padre de familia (ahora sabemos que todo era de cara a la galería, pero lo hizo). Y no con esto quiero decir que sea un tachado de virtudes, también cometió sus grandes errores, ahí están, no sabiendo poner en su sitio a tiempo a su yerno, a su hija…
Bien podría haberse retirado antes, abdicado y haber dejado que Felipe, sangre nueva y cuya imagen no estaba tan deteriorada como la suya, tomara las riendas. Sin duda, no se lo dejó fácil a su heredero. Le dejó un país cabreado, una institución maltrecha y mal vista por los españoles (divididos ahora, en tres: republicanos, “juan carlistas” y “felipistas”), que tienden a compararlo todo, con una mujer a su lado que no consigue despertar simpatías como lo hacía su madre, y que para muchos ha quedado como el malo que ha desterrado de la familia a sus hermanas.
¿Y ahora este adiós que significa? ¿Una huída? ¿Un lavado de imagen a la Familia Real? ¿Un destierro forzoso o voluntario? ¿O tan solo tradición? Si echamos la vista atrás, muy atrás, podemos comprobar que, históricamente, los Borbones, nunca mueren en España.