Lo cubano se ofrece y lo que viene de afuera enriquece. Quien quiso estar al tanto de las tendencias y alcances domésticos del género, tuvo su oportunidad en la programación de Jazz Plaza 2022, evento que, cuando quede atrás la pandemia, cuenta con potencialidad suficiente para erguirse como uno de los pilares de las industrias culturales cubanas requeridas de reinvención. Viene al caso el ensayo de convocar el foro Primera Línea, coincidiendo con Jazz Plaza, y dedicar espacios del coloquio internacional Leonardo Acosta in memóriam a ventilar cómo se promueve nuestro jazz mediante la discografía y los circuitos internacionales.
En cuanto a lo que llegó a La Habana, tres nombres dieron de qué hablar: el guitarrista de origen argentino Dominic Miller, y los pianistas Ray Lema, congolés, y Laurent de Wilde, franco-estadounidense. Cada cual en lo suyo mostró que la amplitud de las márgenes del jazz, desde la más absoluta libertad expresiva y, a la vez, sobre la base de una coherencia que se aviene con los presupuestos estéticos –esa combinación personal de recursos técnicos, asimilación de influencias, maduración de conceptos y proyección pública– de dichos creadores.
Célebre por formar equipo con Sting, Miller se ha dado a conocer más de una vez en la escena habanera. La memoria de los melómanos guarda con emoción el concierto ofrecido en 2015 en la Fábrica de Arte Cubano. Aquella noche compartió improvisaciones con el maestro Pancho Amat; de la guitarra rockera y jazzística al tres. Ahora repitió la experiencia en un concierto con aires de intimidad, por el predominio de la introspección en las piezas desplegadas, junto a su pequeña banda, en el Teatro Nacional. Fue, además, nuevamente al encuentro con Manolito Simonet.
La música en Miller no ostenta etiquetas; es música por sobre todas las cosas. He aquí su filosofía: «Si estás totalmente conectado con la música, va a salir. Se trata de una combinación de meditación, control y, por supuesto, estar en el momento. La inspiración es como un crucigrama. Recibes una palabra y tienes que terminarla. Me encanta el viaje y me encanta completarlo».
Esa capacidad dialéctica para construir un nicho propio en el lenguaje jazzístico permea el trabajo conjunto de los pianistas Lema y De Wilde. En vivo, a dos pianos, confirmaron el impacto causado por los discos Riddles (2016) y Wheels (2021) entre los seguidores de las novedades del género en Europa.
Una amplísima paleta en la que más que las melodías prevalecen la atmósfera, el color y la densidad armónica, valores que discurren de la sorpresa a la aceptación, los dos pianistas echaron a volar un dirigible cargado de múltiples referencias musicales: la tradición pianística clásica occidental y el blues, el tango y el reggae, el bebop y el ragtime, las raíces africanas y las más nuevas formas de entender el jazz, donde por momentos es como si Thelonious Monk tomara por asalto a Maurice Ravel.
Por sí mismos, Lema y De Wilde cumplieron agendas singulares. El congolés fue pródigo en el concierto con la Sinfónica Nacional que antecedió a Jazz Plaza, bien compenetrado con las batutas del brasileño Joao Mauricio Galindo y el cubano Enrique Pérez Mesa. Y visitó el Museo Casa de África, de la Oficina del Historiador de la Ciudad, para disertar sobre las músicas de África central, y por invitación de la Comisión Nacional Cubana de la Unesco, se trasladó al conservatorio Guillermo Tomás, en Guanabacoa, a fin de compartir sus saberes sobre la rumba congolesa.
De Wilde se acercó al Centro Cultural Bertolt Brecht para aportar y recibir con las interpretaciones del guitarrista y compositor Pablo Menéndez, líder de Mezcla, y el vibrafonista y productor musical Emilio Vega y su banda.