Hace mucho que no somos un país normal. No es posible la normalidad cuando se ha de vivir en permanente asedio, cercados, difamados y agredidos por la potencia imperial más poderosa de la historia. Hay muchas cosas acá que clasifican como anormalidades, y antes de levantar el dedo acusador para señalar a Cuba con desdén –desde otras latitudes–, pregúntese primero cómo andaría su patio o qué haría su gobierno si de buenas a primeras les quitan esa «normalidad» de la que ahora disfrutan. Cómo le iría a su negocio si mañana los yanquis deciden que no habrá más comercio entre ustedes y que cada cosilla que quiera utilizar no puede ser fabricado por sucursales gringas. Qué tal si es usted empresario del mundo deportivo, digamos del beisbol, y desde este mismo instante sus mejores prospectos podrán irse hacia el norte, sin que usted reciba ni un mínimo pago, para que se compensen los gastos, que desde muy pequeño se invirtió en el atleta.

Ahora, solo imagine que decenas de barcos que llevan su petróleo ya no podrán hacerlo y en caso de insistir enfrentarán sanciones que tal vez ni sospeche. En solo algunas horas, después de haber perdido su preciosa «normalidad», se enterará de que toditos esos dólares que usaba libremente les serán prohibidos para sus transacciones en cualquier mercado del mundo, y cuidado del banco que se atreva a aceptarlos: tendría que pagar multas de proporciones cósmicas.

Puede que usted dependa del consumo turístico, y de así ser el caso, tendría que renunciar a los viajeros que provenían del norte del Río Bravo, a quienes les estará vedada la visita a vuestra tierra. Pero le digo más, si tiene un familiar usando un marcapasos que diga made in USA, preste mucha atención, pues tendrá prohibido comprarle su reemplazo o ponerle en su sitio otro que sea fabricado por empresas que usen tecnología de EE. UU. Ahora se asombrará si le digo algo extraño, que dice que no somos «normales»: resulta que, a pesar de estas cosas, todos van a la escuela, nadie duerme en las calles, tenemos más medallas olímpicas que medio continente, hay más de nueve médicos por cada mil habitantes y, además, fabricamos nuestras propias vacunas.