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» Especial Cuba » Los trece contra Zayas » Por Michel E. Torres Corona «

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Mar 22, 2023

Su nombre era Alfredo Zayas. Encarnó a la perfección el espíritu de una época republicana viciada por el latrocinio y las redes clientelares. Fue más poeta que guerrero, más intelectual que soldado; pero, por encima de todo, fue un político hábil y taimado.

Hizo tándem con el Tiburón, José Miguel Gómez, y antes de entregar su despacho se autonombró Historiador Oficial de Cuba, con un sueldo fastuoso. Años después, se «divorció» de José Miguel Gómez y con el apoyo de su antiguo contrincante, Mario García Menocal, ganó la presidencia. Lo primero que hizo como mandatario fue ordenar que le erigieran una estatua.

Medrar fue su pasión: cuentan que nombró a su hijo subdirector de la Lotería Nacional y que este luego resultó, por impactante fortuna, ganador de un primer premio. Quizá no fuera así, pero merecería ser cierto. No obstante, algo que sí sucedió fue que Zayas aprobó una amnistía para liberar o perdonar a los encausados por malversación de fondos asociados a la lotería. Entre bomberos…

Los protagonistas

Eran 15 jóvenes. Dos de ellos no firmaron luego la proclama. Su líder se llamaba Rubén Martínez Villena y era «una semilla en un surco de fuego». Villena también era más poeta que soldado, un poeta neorromántico (tuberculosis incluida) que abjuró de sus versos en tanto abrazó la causa de la Revolución; un intelectual que se autoexilió de la torre de marfil, que tanto agrada a ciertos pensadores, para sumergirse en el pueblo, en las masas de trabajadores oprimidos. Era un martiano y un comunista –el orden de esos factores no es importante– que halló en las glorias pasadas las fuerzas necesarias para alcanzar, pese a su precaria salud, las glorias nuevas.

Villena marcó uno de los puntos más altos de su generación y encarnó el desprecio con el que los nacidos en la República, los herederos de los mambises, miraban a aquellos supervivientes de la guerra, a los generales y doctores que habían lucrado con el sueño de Martí. La generación del primer cuarto de siglo cubano señalaba con el dedo a los Zayas, a los José Miguel Gómez, a los Estrada Palma, y les decía: «Ustedes no han sabido estar a la altura de su tiempo, ustedes no han sabido estar a la altura de Cuba; le han fallado a su Patria, a su pueblo. No se merecen silla curul alguna: nos toca a nosotros enmendar sus entuertos, luchar por el país que queremos y merecemos».

Esa generación fue definiéndose de un lado y de otro: Marinello continuó militando en la causa socialista; Mañach fue adoptando posiciones cada vez más reaccionarias. Pero juntos entraron en la historia.

El hecho en sí

El gobierno de Zayas había comprado el Convento de Santa Clara por una suma diez veces mayor a su valor real. Fue la gota que colmó el vaso. En un acto de homenaje a una poetisa extranjera, unos jóvenes alzaron la voz, interrumpiendo al orador y denunciando los crímenes contra el erario público, la corrupción, la desvergüenza… Fue un punto de inflexión en la historia de Cuba: la generación de Villena, Mañach y Marinello tocaba a degüello contra los generales y doctores. La Protesta de los Trece fue una clarinada contra Zayas pero, por encima de todo, contra esa República neocolonial, lastrada por la Enmienda Platt y la injerencia estadounidense.

Sucedió hace cien años y todavía nos llegan sus ecos.

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