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» Especial Cuba » Jesús Suárez Gayol: siempre en los puestos de vanguardia » Por Miguel Febles Hernández «

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Abr 16, 2022

Un balazo en la cabeza, asestado por soldados del ejército boliviano, puso fin, hace exactamente 55 años, el 10 de abril de 1967, a la vida y trayectoria ejemplar de Jesús Suárez Gayol, Rubio o Félix en la guerrilla internacionalista encabezada por Ernesto «Che» Guevara.

Hacía menos de cuatro meses se había incorporado al núcleo insurgente, inmerso entonces en plena etapa de consolidación, a través de la creación de campamentos y bases logísticas, la exploración del terreno y la preparación física de la pequeña tropa.

Desde su llegada a tierra boliviana, Suárez Gayol fue asignado a la retaguardia, bajo el mando de Juan Vitalio Acuña Núñez (Joaquín), en cuya formación cumplió innumerables misiones con disciplina y elevado espíritu de lucha y sacrificio.

Así lo hace saber el Guerrillero Heroico en su diario, quien en varias ocasiones ponderó el desempeño del Rubio, lo mismo en el traslado de vituallas que en labores para fortalecer las defensas y mejorar las condiciones del campamento.

Contrario a quienes, durante el entrenamiento guerrillero en Cuba, dudaban de su capacidad de resistencia, Gayol supo sobreponerse al agotamiento físico, al hambre, a las enfermedades y a otras muchas privaciones propias de la vida en campaña.

Suárez Gayol tenía al morir tan solo 30 años de edad, buena parte de los cuales los había dedicado por entero a la lucha contra la dictadura batistiana, a la consolidación del triunfo revolucionario y luego a la noble causa de la liberación de otras naciones hermanas.

Fue el propio Guerrillero Heroico, su jefe y amigo, quien lo convocó a sumarse al destacamento que se preparaba para incorporarse a la lucha por la emancipación del pueblo boliviano de las oligarquías al servicio del imperialismo estadounidense.

El entonces ministro de Industrias, Orlando Borrego, refirió que, al comunicársele dicha solicitud (Gayol era viceministro), «su reacción fue como la de un niño al que se premia con el más preciado juguete. Daba saltos de alegría y me abrazaba».

Días antes de la partida, en carta de despedida a su madre, Aurora Gayol, le expuso el sano placer que sentía por la posibilidad de combatir por la revolución y ayudar al logro de la independencia de otros pueblos, «aunque ello implique ciertos riesgos».

Hasta el minuto final de su vida fue consecuente con lo ratificado en la propia misiva: «Cuando se es revolucionario verdadero se siente la necesidad de servir a la Revolución desde los lugares más difíciles, en los puestos de vanguardia».

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