En los últimos meses, dos audiovisuales llamaron especialmente mi atención: Chernobyl, 1986, una miniserie de Netflix, y Mandela: Un largo camino hacia la libertad, una película biográfica, británico-sudafricana de 2013. En una como en la otra se relatan acontecimientos donde, en apego estricto a la verdad, Cuba desempeñó un rol especial; sin embargo, no aparece ni la más somera mención al gesto humanitario con los niños afectados por la catástrofe nuclear, ni al papel determinante que desempeñó la victoria militar cubana en Angola, precipitando la caída del odioso régimen del apartheid, lo que posibilitó la presidencia de Mandela.
No es la primera vez, ni será la última, que obviar cualquier referencia positiva en relación con nuestro país se convierte en norma de productores de cine, canales de noticias o medios de prensa, alineados a los intereses del poder global. Es como si la Isla no pudiera ser mencionada, si esa referencia entraña el más mínimo halago de una nación demonizada hasta el cansancio.
¿Cuántos documentales, crónicas, filmes o reportajes se podrían hacer sobre temas tan sensibles como la Operación Milagro, que ha devuelto la visión a miles de personas en varios países sin costo alguno, o sobre el método Yo sí puedo, con el cual se han alfabetizado millones de seres humanos en diversas latitudes?
El silencio o la manipulación sobre todo ello o sobre la resistencia cotidiana de nuestro pueblo, es la única forma de sostener junto al nombre de Cuba los pérfidos adjetivos (dictadura, régimen) con los que pretenden justificar el bloqueo y el odio, porque ese bloqueo y ese odio también persiguen invisibilizarnos. Pero aquí estamos y seguiremos, a pesar de los censuradores del mundo.