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» Especial Cuba » Asociaciones, Prioridades Y Confianza » Por Ernesto Estévez Rams «

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Sep 9, 2023

Hay novelas que merecen determinadas piezas musicales y viceversa.

Es una relación ambigua, en todo caso homomórfica, pues las selecciones en uno u otro lado pueden ser varias y, en el engaño, todos sabemos que es uno el que hace, en principio, la arbitraria asociación.

¿O no será así de arbitraria? Quizá ahí estaba flotando en la nada, esperando a ser descubierta, como un pitagorismo literario-musical.

Hay temas que no se inventan, aunque así lo creamos, sino se descubren, como las leyes universales. ¿Alguien duda que Yugo y estrella vagó por el espacio simbólico antes de afianzarse en la frente a la del Apóstol?

Pero hablando de certezas, yo tengo la mía cuando afirmo que Rayuela merece a Kind of blues.

No por el hecho de que Cortázar tuviera al jazz como pasión, sino por algo que es ajeno a él y a Miles Davis. ¿Quién pudiera entender a Chaikovski sin leer la Ana Karenina, de Tolstoi? ¿cuánto se pierde el que lea esta novela sin estar oyendo el concierto número uno para violín y orquesta, del compositor ruso?

Reconozco que hay obras que son su propia música, o piezas que son su propia novela.

Dr. Fausto, de Tomas Mann, me viene a la cabeza por razones obvias, y el concierto para violín, de Sibelius como otro ejemplo.

Del primero debo saltar al Fausto, de Goethe, y encajarle una obra wagneriana. Claro está, la Obertura de Fausto viene a la memoria, pero no dejemos que intenciones y títulos nos obliguen.

Al fin y al cabo, el alemán no terminó la sinfonía y se conformó con el movimiento en solitario.

Todo lo que merece a Wagner, merece alguna pieza de heavy metal, así me han dicho, y aprecio la sugerencia amada.

Dazed and Confused vendría bien para el texto citado de Goethe, por aquello de lo confundido que estaba el doctor entre lo que aspiraba y lo que quería.

Pensándolo bien, la pieza de Sibelius merece a El Conde de Montecristo, ¿o es viceversa?

El Reino de este mundo, de Carpentier, tiene a Caturla, Danza del tambor y el Homo ludens, de Brower. Biografía de un Cimarrón, de Miguel Barnet, nos pide a gritos a Asoyín, de Síntesis. ¿Acaso no hay síntesis de rebeldía en ese canto heroico?

La noche del Aguafiestas, de Arrufat, debería ser leída acompañada por la versión que de El Manisero hace Chucho Valdés.

Cuando se hacen esas asociaciones, se cuelan, inevitablemente, las prioridades que habitan el subconsciente, y que ansían darse a conocer de manera explícita.

La ansiedad de corporizarse fuera del reino metafísico en el que han estado por mucho tiempo. Allí, en esa nada, la ausencia del tiempo se traslada a la ausencia de propósito.

Las asociaciones sin propósitos son como los amores cobardes.

Las prioridades esenciales se defienden con los dientes.

Pero los que pasamos mucho tiempo recreando al mundo en nuestras cabezas, terminamos por hacer nudos gordianos de cuanta cosa haya, sin atender a que, las más de las veces, el tajo es la alternativa.

Y esta última idea me recuerda cómo, en medio de la batalla ideológica a principios de la Revolución, cuando se debatía el rumbo del proceso revolucionario, la pregunta recurrente que se hacía para forzar un parteaguas basado en los prejuicios era si uno era comunista.

¿Cuánta tinta gastaron algunos en resolver la ecuación que en su cabeza se presentaba como una dicotomía?

El pueblo resolvió la disyuntiva de manera sencilla, que luego Daniel Santos tornó guaracha:

Si Fidel es comunista, que me pongan en la lista, que estoy de acuerdo con él. La asociación como consecuencia de la prioridad.

Y es que las asociaciones felices necesitan prioridades.

Contaba el propio Che que cuando Fidel preguntó por un economista que dirigiera el Banco Nacional de Cuba, él levantó la mano.

Cuando le reclamó si él era economista, el Che le dijo, «yo creí que habías preguntado por un comunista».

En un Congreso del Partido, al ver entrar en la sala a un grupo de investigadores del Polo Biotecnológico, alguien dijo, «¡llegaron los científicos!». Agustín Lage, que estaba entre ellos, le contestó, «llegaron los comunistas que hacen ciencia».

Cuando se es consecuente con tales actitudes, nace inevitablemente una certeza vuelta confianza inamovible.

Contaba el Comandante Pinares que en una ocasión, viendo el apoyo que EE. UU. le daba a los contrarrevolucionarios tornados asesinos, le sugirió a Fidel, en broma, que por qué no invadíamos a EE. UU., a ver si a ellos les gustaría la idea. Fidel le dijo: «no podemos, qué haríamos con ellos cuando les ganemos».

En esa novela extraordinaria que es la Revolución, caben todas las piezas que apunten a la redención humana, de concierto, jazz, rumba, son, rock o heavy metal.

No importa.

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