Abril siempre ha sido mi mes preferido. En sus fechas está el nacimiento de mi madre y de mi padre, de un montón de parientes y hasta de la perrita que tenemos en casa. En el marco de esos 30 días han pasado muchas cosas que vale la pena recordar.

Podemos decir que varias generaciones de cubanos son sensibles a los abriles, porque crecimos con esa primera semana llena de festejos y de ajetreo juvenil.

Siempre que se acerca el día 4 se animan las escuelas, los barrios y miles de otros lugares donde los jóvenes se aprestan a festejar, porque en verdad vale la pena hacerlo y es válido, sobre todo sabiendo que pocos lugares del mundo dedican una jornada a sus retoños, sin que dicha ocasión se convierta en protesta o en reclamo ante la escuela cerrada, la violencia de las pandillas o el riesgo de las armas, escenas tan brutalmente comunes en «democráticas» sociedades de consumo.

Abril, si eres cubano, te ha de sonar bonito, aunque lo escuches desde lejos. No podrás ignorar el recuerdo de la algarabía del parque donde había una piñata o un grupo de payasos, ni el patio de la escuela con fiesta de disfraces, con dulces, con maestros capaces de inventar soluciones felices que burlan cercos y derriban muros.

Abril trae olor a acampadas, a bicicletas, limpieza de cañaverales, recogida de papas, fiestas de medianoche, homenajes…

No fue ni ha sido fácil preservar abril, salvarlo de los vientos que vienen desde el norte, incluso fue preciso hasta pelear bien duro, y sobre las arenas, para evitar que algunos nos privaran de todas estas cosas que celebra el mes de la victoria.