Este jueves se pondrá fin a la etapa de Sergio Ramos en el Santiago Bernabéu. En total, han sido 5.769 días (que se dice pronto) del camero defendiendo la camiseta del Real Madrid. Han pasado 15 años, 9 meses y 15 días desde que el conjunto blanco depositó en la sede de LaLiga los 27 millones de euros de la cláusula de rescisión que tenía Ramos en el Sevilla. Por el camino ha conquistado un total de 22 títulos, llegando a ser el capitán y buque insignia del actual Real Madrid. El alma del equipo desde hace mucho tiempo. Y dirá adiós en una descafeinada comparecencia telemática.
Cierto es que en este caso el hecho de no poder despedirse en honor de multitudes responde a las restricciones por el coronavirus. Pero también es un hecho que en la casa blanca lo de decir adiós a sus leyendas se ejecuta de una forma que es, cuanto menos, mejorable. Para muestra, las despedidas protagonizadas en su día por Raúl González e Iker Casillasen las que puede que no solo el club tuviera la culpa del esperpento pero que sin duda dejaron cierta amargura en el paladar del aficionado merengue.
Cabe decir que en un grande no es fácil gestionar este tipo de situaciones, pero las cosas se pueden hacer desde muy bien hasta rematadamente mal. Y más allá del acto de este jueves, con su emotividad o su frialdad, y teniendo presente el homenaje que a buen seguro recibirá Sergio Ramos pueda llevarse a cabo, los últimos meses del camero en el Real Madrid dejan un poso desagradable.
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Ese tira y afloja con el run run de los intereses económicos de fondo no acaba de ser justo para lo que ha sido un maravilloso matrimonio. El mismo se rompe, y más que el padre y/o la madre, el daño lo sufren los hijos, que en este caso vienen a ser los aficionados de un Real Madrid cuyo adiós a sus leyendas, que no se produce de un día para otro, continúa siendo una asignatura pendiente.