Y yo que no reconozco días específicos para celebrar un afecto o una relación; si lo habitual fuera el gesto amable y agradecido, el abrazo del amigo junto a la demostración cotidiana de esa amistad, nada nuevo tendríamos para entregar un 14 de febrero, o en determinado domingo de mayo o junio. Si impulsados por la sensibilidad fuéramos respetuosos con aquellos a los que amamos, si disfrutáramos hacer o recibir sorpresas (aunque no sea el perfume costoso), quizá ningún convenio social fuera capaz de dictarnos cuándo y cómo celebrar la felicidad de ser padre o de tener vivo y cercano al nuestro.
El buen padre es padre en cada momento, serlo se convierte en el proyecto de vida más importante, por encima de los egoísmos profesionales y caprichos económicos: «Este jugo es para mis hijos; con este tornillo puedo arreglar la rueda de su viejo caballito de madera; ese dolor quisiera arrancárselo y sembrarlo en mí».
Nunca existe el yo antes que ellos, y esa verdad es inevitable, aunque nadie la enseña y solo la praxis nos hace abrazarla con satisfacción.
Un día de los padres en esta realidad y contexto merece existir si funda el debate de lo que significa serlo en una sociedad con visiones patriarcales y conservadoras; donde algún sentido común endiosa o ataca al hombre que se queda en casa para cuidar a sus hijos, y las abuelas no lo creen apto para cambiar pañales o decidir cómo lavar la ropa; y las señoras lo emplazan en la calle para indicar cómo cargar al bebé o calmar su llanto.
Muchos imaginarios simplifican el rol de un padre, y más de una vez nos aconsejan: «déjale eso a la mamá», como si la responsabilidad no fuera la misma.
Las leyes cubanas han otorgado derechos a los padres, pero en las prácticas de una sociedad rigen otros factores. Es fundamental el trabajo en las escuelas, socializar contenidos en los medios de comunicación masiva que ayuden a conformar nuevas representaciones sobre la paternidad, y explicitar la voluntad de trascender el modelo de «buen padre» de los 60´, que ya no le sirve a la sociedad nueva.
Por cuestiones de trabajo o estudio, en varias oportunidades no he podido estar con mis dos padres el tercer domingo de junio, pero estoy y estaré siempre que me necesiten, como están y estuvieron ellos en mi vida, para inventarme canciones antes de dormir, o regalarme 20 soldaditos de plástico cuando ya me había conformado con mi ejército de tres; para educarme sobre la importancia de la sinceridad y la coherencia, o abrazarme cuando descubrí lo que significaba la muerte. Con mis hijos quiero ser el espejo de lo que fueron mis padres para mí, entregarles mi tiempo, mi saber y mi alma, sin esperar nada a cambio un día señalado, porque lo extraordinario es tenerlos y que ellos sepan que su padre es suyo todos los días del mundo.