Sepa usted, señora, que nací en ese poblado y, aunque desde pequeño vivo en la capital de todos los cubanos, soy managüero y lo seré hasta que El Señor me lleve a su lado.
Y al grano: su vecina está enfadada porque su perrita murió de tétanos tras ser castrada en la casa y atribuye el percance a un instrumental contaminado, algo que pudiera ser cierto, pero lo pongo en duda porque el solo hervor de las pinzas destruye al bacilus tetánicus, agente causante de la enfermedad.
Quizás pensará que de haberse operado en un quirófano climatizado nunca habría muerto, ese soplo de vida que usted adoraba. Créame, algo lejos de la realidad.
En mi larga carrera profesional practiqué la cirugía en cerdos, novillos, vacas, potros y caballos, incontables caninos y felinos hogareños. También en ovinos, caprinos y hasta camellos. ¡Miles de animalitos! y las realicé en quirófanos, hogares, salones techados y hasta debajo de una mata de mangos.
No exagero, muchos colegas me superan en cantidad e igualan mi ínfimo índice de mortalidad.
Tenga presente que las esporas viven en la tierra, el estiércol, hierros oxidados y hasta en el polvo de la calle.
Toda herida es una puerta de entrada a la infección y solo resta su contacto con el agente infeccioso.
Y guardo una dolorosa anécdota familiar, que le resultará sorprendente: Lino González mi abuelo, oficial de la Guerra de Independencia que cabalgó junto al Generalísimo Máximo Gómez desde Ciego de Ávila hasta Occidente, murió pocos años después víctima de un tétanos adquirido tras ser traspasado su pie por una espina de aroma: en fin, si no vacunamos o aplicamos el toxoide contra el tétanos previo a una cirugía, existe la posibilidad mayor o menor de contraer la enfermedad.