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May 9, 2021

Dos goles del uruguayo y un tercero de Correia dan al equipo de Voro una victoria con la que alejan de Mestalla los fantasmas del descenso, que siguen asustando por Valladolid.

Mestalla pasó en 24 horas de los gritos del hastío al silencio del miedo. De la algarabía de una afición que se manifestó contra el dueño, a los nervios de dos equipos que jugaban por alejarse del descenso o permanecer en el abismo. El temor por andar por el precipicio adelantó el despido de Gracia y el efecto Voro, ese hombre de club con aura de apagafuegos, encontró en Maxi Gómez su salvoconducto a la tranquilidad.

El uruguayo selló oficiosamente la permanencia del Valencia en Primera en su temporada más horrorosa desde la del descenso del 86.

Sus goles y el de Correia sepultaron las aspiraciones en Mestalla del Valladolid, que perdonó en la primera mitad, que ya está a tiro hasta del Eibar, un equipo el pucelano al que le queda un calendario de vértigo: Villarreal, Real Sociedad y Atlético.

La mano de Voro la notó cercana Kang-in Lee, que fue la principal novedad en el once. El coreano no era titular desde marzo con Gracia, cuyo atisbo de legado en la alineación fue la línea de tres centrales que usó el navarro en su epitafio contra el Barcelona. Aún así, Voro puso su sello. La presencia de Kang-in Lee dibujaba en el césped un 3-4-3 cuando el Valencia atacaba. Sergio, por su parte, sin Orellana, se decantó por Jota en banda y Rubén Alcaraz a su vera, en esa línea de cinco en el medio por la que ya apostó ante el Betis.

El portugués Jota, que no era titular desde febrero, fue quien primero agitó el árbol de un partido que dio sus frutos en forma de ocasiones. Principalmente pucelanas. Su disparo lejano forzó a estirarse a Cillessen, al que poco después también puso a prueba Olaza.

El Valladolid quería pescar en río revuelto y se aprovecharon por su presión de los desajustes que provoca un cambio de sistema a cuatro jornadas de acabar una temporada. A Soler y Wass les faltaba un Racic a su lado y a Guedes y Kang-in Lee, saber qué zona ocupar en determinadas acciones.

El Valladolid, que veía que su plan de juego le daba resultado, se fue viniendo arriba como ese amigo que cuenta un chiste detrás de otro cuando ve que el resto le ríen la gracia. Míchel, Roque Mesa y Alcaraz parecían la vieja de visillo de José Mota, omnipresentes en su ventana, siempre ácidos en sus incursiones. Pero quién ríe el último, ríe mejor.

Los blanquinegros, que se veían superados en la medular, se miraban entre ellos como el alumno que gira el cuello en un examen esperando que algún compañero le chive la respuesta correcta. Y de la nada, en el descuento, entre Guedes y Gayà se sacaron una chuleta de su pierna izquierda y la asistencia del capitán la aprovechó Maxi Gómez, que solo tuvo que empujar al fondo de la red el balón, algo que no hacía desde el 4 de enero. El fútbol es así, que diría aquel. Y bien que lo lamentaron los vallisoletanos.

El mazazo anímico de ese gol fue palpable nada más comenzar la segunda mitad.Jota erró un pase en una zona en la que el Valladolid había impuesto su ley hasta ese instante y Carlos Soler inició una carrera letal hacía la portería de Masip. Soler asistió con precisión al desmarque de Maxi y el uruguayo dio la razón a los que dicen que el gol es cuestión de rachas.

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