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» Zwi Migdal » la mafia judía que prostituía a sus mujeres «

Poractualidadcanarias

Sep 18, 2020

Rufianes polacos emigrados a Buenos Aires explotaron hace un siglo a sus compatriotas, a quienes habían captado en aldeas empobrecidas de su país con falsas promesas, lo que motivó que la comunidad hebrea los expulsase por impuros.

No fue la única comunidad que explotó a sus mujeres, ni tampoco la más numerosa, pero el estigma caló en el imaginario popular: los judíos polacos que recalaron en Buenos Aires desde finales del siglo XIX prostituyeron a sus propias compatriotas, a quienes habían llevado a la capital argentina desde el Este de Europa atraídas con falsas promesas. Lo mismo hicieron los franceses, italianos o españoles, aunque el antisemitismo amplificó las despreciables prácticas de la mafia judía.

Tampoco ayudó el silencio posterior del propio colectivo, quien catalogó a sus criminales como impuros. En realidad, el hecho de que los denunciasen y los rechazasen diferencia a esta comunidad de las otras que integraban a sus conciudadanos—, pese a que luego ese pasado oscuro se convirtiese en un tabú debido al temor a que la sombra de las actividades delictivas de unos cuantos indeseables se proyectase sobre todos ellos.

Cuando fueron expulsados, los rufianes inauguraron una sinagoga y un cementerio, pues les habían prohibido ser enterrados en el camposanto hebreo. Gerardo Bra sostiene en el libro La organización negra (1982) que, si bien la exclusión de los impuros manifestaba un acto de honestidad del colectivo judío, los habría reforzado, pues decidieron unirse y organizarse, una tesis rebatida por otros historiadores.

Antes, los proxenetas se hacían llamar el Club de los 40 y, a comienzos del siglo XX, fundaron en Avellaneda la Sociedad Israelita de Socorros Mutuos Varsovia, una pantalla para sus actividades ilícitas, pues solo le concedieron la personalidad jurídica en esa ciudad de la región metropolitana de Buenos Aires. Precisamente allí, en la calle Córdoba de la capital, estaba su auténtico cuartel general, dotado de bar, comedor, salón de fiestas, sinagoga y velatorio.

Con la connivencia de las autoridades y de la Policía, a quienes sobornaban, los rufianes polacos se hicieron fuertes, aunque los franceses eran más poderosos. Obligados a modificar el nombre de su asociación por la mala fama que le daba a su país, la reubatizaron como Zwi Migdal, que llegó a contar tras la Primera Guerra Mundial con más de cuatrocientos miembros. A pesar de que las fuentes difieren, controlaron unos dos mil burdeles, por donde llegarían a pasar cientos y cientos de jóvenes, a quienes captaban en aldeas de su país con promesas de trabajo o, ejerciendo de falsos novios, de matrimonio.

Ese era entonces el verdadero delito, la trata de personas, pues hasta 1936 laprostitución fue una actividad legal en Argentina. Ellas y sus familias, acosadas por la necesidad, aceptaban el ofrecimiento y caían en la trampa. «El mayor desarrollo de esta actividad se inicia en coincidencia con las décadas de miseria que impulsaron a vastos sectores de la población europea en su sueño transatlántico. Habrá que sumarle a esto la limpieza étnica desatada con los pogromos del imperio zarista de los Románov», escribe el investigador José Luis Scarsi en Tmeiim, los judíos impuros (2018).

Muchas de ellas embarcaban en Bremen (Alemania) y, una vez en Argentina, eran explotadas durante largas horas en burdeles. «Buenos Aires como un tenebroso puerto de mujeres desaparecidas y vírgenes europeas secuestradas, que se veían obligadas a vender su cuerpo y a bailar el tango», describe su situación Donna J. Guy en El sexo peligroso. La prostitución legal en Buenos Aires (1994). La historiadora estadounidense subraya que en 1934 las mujeres polacas y rusas prostituidas representaban el 48,6%. Las segundas eran sometidas por laSociedad Asquenasum, formada por los inmigrantes judíos rusos que habían integrado la disuelta Varsovia.

Unos y otros se aprovecharon de la pobreza de las chicas, muchas de ellas menores, cuyos padres no dudaban en dejarlas marchar para que tuviesen un futuro mejor. Sin embargo, una vez en la ciudad porteña, eran exhibidas desnudas en subasta, según los cronistas de sucesos de la época. «El rufián no crea. No hace más que explotar lo que encuentra. Si no encontrara esa mercadería, no la vendería […]. Conoce la fábrica de donde sale la materia prima, la gran fábrica: La Miseria», escribe en 1927 el periodista francés Albert Londres en el libro El camino de Buenos Aires (La trata de blancas).

«Ofrecida al mejor postor»

Una mujer escribió una carta a la asociación contra la trata y la explotación sexual Ezrat Nashim: «Estaba en una de las casas de la Migdal. Mi cuerpo sería ofrecido al mejor postor. Toda mujer que se iniciaba en la vida era cotizada. Y yo lo fui». Sin embargo, durante años las denuncias cayeron en saco roto debido a lacorrupción policial. Los tentáculos de los polacos, una mafia surgida como sociedad de ayuda mutua para protegerse entre ellos, alcanzaban a los encargados de velar por los ciudadanos y se antojaba necesario un comisario incorruptible y un juez que sentase a los criminales en el banquillo.

Solo encontraban oposición entre las instituciones judías y entidades como Ezrat Nashim, si bien su labor ha sido cuestionada. Débora Aymbinderow sostiene que tenía una «actitud paternalista y moralista hacia las inmigrantes por las diferencias de clase y de país de origen entre ellas y los filántropos», de modo que intervenían en su vida privada, incluso cuando no había indicios de que la mujer corría el riesgo de ser explotada. La prevención, entendían, pasaba porque se casasen con un judío y encontrasen un «trabajo honesto».

Por otra parte, la lucha del colectivo logró visibilizar el problema, aunque «paradójicamente fue utilizada para reforzar la estigmatización de los judíos», añade la historiadora, quien refleja sus magros resultados en Rufianes y prostitutas en Buenos Aires (Universidad Nacional de General San Martín). Así, Pedro Katz, director de Di Presse, declaraba al diario Crítica que la comunidad judía argentina llevaba cuatro décadas luchando para «destruir y aniquilar a los repugnantes componentes de la sociedad tenebrosa Migdal», a quienes calificaba como «gavilla de tratantes».

De ahí que en 1906 emprendiese una campaña para eliminarlos, pero reconoce que solo logró expulsarlos. «Nadie los repudia tanto ni los combate más que la colectividad israelita», concluía Katz, unas declaraciones recogidas por Aymbinderow en su investigación, que como otros trabajos deja claro que todas las comunidades tenían sus redes de trata, mas la judía fue la única que renegó de sus proxenetas. Véase, por ejemplo, el libro de Scarsi.

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