Vivimos en un mundo donde el peligro de una guerra nuclear es más real que nunca. El capitalismo se hace cada vez más voraz y destructivo, crecen la manipulación y la degradación de la cultura, convertida por no pocos en un producto para el mercado.
Las ideas prelavadas, como aquella ropa de mezclilla que se puso de moda hace unos años, se compran, se venden, se adulteran hasta hacerlas irreconocibles. Pocos medios de comunicación se atreven, con verdadera honestidad, a dar su opinión sobre lo que sucede en este mundo caótico, desigual e inhumano.
En ese escenario, pudiera parecer que Cuba es más isla que nunca. Su excepcional resistencia, imperdonable para los dueños del mundo, levanta marejadas de odio; pero también mareas de solidaridad y la compañía de millones de habitantes de este planeta.
Cientos de millones de personas habitan el espacio espiritual de un archipiélago que es considerado por sus adversarios como «el enemigo», y por esos millones, la esperanza. Un archipiélago con muchas más luces que sombras, difamado, agredido y cercado que, contra todas las leyes naturales, ha sabido resistir por décadas la peor guerra económica, sin más armas que el sol de su mundo moral.
Para construir la derrota de un pueblo, han recurrido a todas las armas, entre ellas insisten en comprar conciencias y en formar contraguerrillas de cibermercenarios especializados en la calumnia y en la mentira, émulos de bolsillo de Goebbels, y tarifados actores de tragicomedia; mientras que, por otro lado, amparados en el poder del dinero y las nuevas tecnologías, aplican la censura contra los defensores.
Coexistimos en un cosmos de gurús sapiens que, sentados sobre su ego, creen tener la verdad y la solución de todas las cosas. Claro, no para mejorar la vida de los demás, no por altruismo o bondad, sino en busca de aplausos y reconocimiento, o peor, en busca de un simple me gusta o la sonrisa de un emoticón en las redes sociales.
Las interacciones que logran en las redes los gurús sapiens, un simple corazoncito de colores que les abrace desde la distancia, les provoca orgasmos múltiples y soponcios de placer.
En nombre de las doctrinas prelavadas, pero de fácil reconocimiento del capitalismo, no importa cuánta legía utilicen para enmascarar el color inhumano de su esencia, nos condenan e intentan acorralarnos para, con impunidad, desvanecer hasta el más simple rastro de espíritu martiano y fidelista, borrar hasta el último vestigio de rebeldía de nuestra tierra.
No queda más que defender nuestra verdad, en la convicción de que, como afirmara Fidel en su última comparecencia pública, «quedarán las ideas de los comunistas cubanos, como prueba de que, en este planeta, si se trabaja con fervor y dignidad, se pueden producir los bienes materiales y culturales que los seres humanos necesitan, y debemos luchar sin tregua para obtenerlos».
Olvidan nuestros adversarios la sabia sentencia de «Una idea justa, desde el fondo de una cueva, puede más que un ejército», como dijo el Apóstol de nuestra independencia.