El Atlético gana en Pamplona con un gol del primero y un gran partido del segundo.
Osasuna apretó al final, pero le faltó efectividad en el área.
El partido tardó mucho en entrar en calor. El frío, las prórrogas de miércoles y jueves aún pesando en las piernas, a pesar de las rotaciones y los refrescos, su poso, la condena de no tener nada más que LaLiga para un Atleti que enfrente tenía a un Osasuna semifinalista. Pero si a Arrasate se le cortó la sonrisa, Simeone se marchó del Sadar con un abrigo insospechado con el que encarar el invierno: Rodrigo de Paul. Y, por ende, Saúl. “Las letras de ese tatuaje que se volvió a besar con la rojiblanca dos años después. “La fuerza no proviene de la capacidad corporal sino de la voluntad del alma”. Su muñeca marca el camino.
Un Osasuna con siete cambios, descanso para Unai, en su lugar comparecía Aridane, pero un plan sin rodeos: juego directo, con Abde haciendo senda en su banda. La espalda de Nahuel como esa puerta marcada por todos los rivales con una flecha rojo neón: “Por aquí”. Y por ahí llegaron los primeros rojillos a Oblak. El Atleti, que había tocado un poco de inicio sin profundidad, doble pivote para Koke y Barrios se fue echando hacia atrás como si de pronto el ímpetu de Osasuna le diera frío, como si solo se sintiera cómodo allá donde se fue: su propio campo. Y a esperar una contra.

Osasuna dominaba brioso pero sin áreas. Morata miraba desde el banquillo como el Atlético tampoco pisaba la navarra. Comienza a ser como Koke, que cuando no está se valora más cuanto da. Lucha, brega, espacios. Y llegadas, aunque sea en fuera de juego. De Correa en la tarde no había ninguna. Y Grizi andaba lento al sprint. Todos los rojiblancos la querían al pie. Nadie rompía espacios, todos miraban al área como la abuelita del cuento. Todo dulzura, como pidiendo perdón por entrar. Enseguida se iban. Todo lo contrario que el Chimy en la contraria. A cada uno de sus pasos dejaba un estruendo de rock and roll atronador.
Asomó solo una vez al partido pero cuando lo hizo le enseñó los dientes a Oblak: recibió una pelota de Abde y se plantó solo ante el esloveno para obligarse a salir con los guantes en alto. También alzó el linier su banderín. Como una tormenta por venir, no se iba de su portería ese aire, de peligro, de alarmas en rojo, de que si algo sucedía tenía que ser allí. El área de Aitor era terreno virgen aún por explorar. Hasta que De Paul digo basta y asomó por el Atleti ese De Paul que es campeón del mundo y se ha visto poco en el Atleti: le puso pausa y brújula para comenzar a generar peligro conectando con Griezmann y Correa al espacio. Terminó la primera parte en el área de Osasuna, con dos ocasiones rojiblancas a trompicones, embarulladas pero ahí, al menos ahí.
Y, de pronto, Saúl
Después de tomarse un caldo en las casetas, regresó el Atlético tras el descanso con más color. Griezmann hacía de la primera pelota una ocasión, con un disparo desde la frontal que detuvo Aitor en dos tiempos ante el olfateo de Correa al rechace. Otro partido había empezado. De la abuelita no quedaba ni rastro. Encaraba y volcaba el campo hacía Aitor. Solo le faltaba finura, pero llegaba, ahí estaba. Ya de jugada ensayada, ya en una volea que se le fue alta a Griezmann. La tormenta ahora se respiraba solo Aitor. Lemar se había quedado en la ducha para que compareciera Carrasco. Es un decir, hace ya meses que juega más con los ojos que con los pies.
Osasuna esperó a que la efervescencia rojiblanca se difuminara sola y, a la hora, forraba su equipo con tres cambios: Brasanac, Moncayola y Budimir cargaban la pila rojilla. Fue justo después de que Osasuna trenzara su mejor ocasión, un disparo a bocajarro de Moi Gómez tras un centro de Abde, que replicó el Cholo: Morata y Saúl adentro. El último aún tiene dos días para salir en este mercado. Nada más pisar la hierba corrió para arrancarse las telas de arañas y el polvo y recordar por un momento a aquel Saúl que hace siglo no se veía, ese por el que no dejaban de llamar al Metropolitano hace no tanto. El Saúl de los golazos, el Saúl del beso a la muñeca.
La jugada la inició Nahuel y la mejoró De Paul, como si el Atleti hubiese entrado en una nuevo dimensión, desconocida, subido a su lomo. Leyó el desmarque de Saúl y para allá que envió el balón, cirujano. Control orientado con el pecho, patadón con la derecha y Saúl celebrando un gol con la rojiblanca dos años después. Morata, por cierto, con su estar como si no, con su movimiento había despejado el campo, llevándose consigo a los centrales para que Saúl entrara solo.
Pudo sentenciar el propio Morata en una contra pero al final decidió asistir que marcar y terminó el partido a los pies de ese Oblak que se lo quitó de encima con sus manos milagro, poniendo tierra de por medio en la Champions, ese lucha que ya es la única cuando la temporada ha llegado a su ecuador.