El Sevilla logró la clasificación matemática con un gol de En Nesyri en el 85′ que igualaba el de Giménez.
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Despedidas en casa para Suárez y Herrera.
U-ru-gua-yo. El Sevilla trató de abalanzarse sobre el Atleti nada más comenzar el partido en el Metropolitano. Todo en juego para ellos, la plaza Champions que queda, los rojiblancos ya la tienen, jugaban por sellar el tercer puesto. Y los homenajes. Ese u-ru-gua-yo que por última vez vestía la rojiblanca ante su gente. Suárez. Uno de los héroes de LaLiga pasada se despedía en casa. Y lo hacía titular, bajo aplausos atronadores cada vez que tocaba un balón. Ese grito, u-ru-gua-yo, que podría coserse al oso y al madroño en el escudo, subió el volumen en el 5’. De Paul le cedió una pelota en el área y el charrúa la remató fuera, demasiado cruzada. Lopetegui, además de dudas, comenzó a respirar pólvora a su aldededor. El inicio de su equipo había sido solo eso. Una intención. Pura espuma.
U-ru-gua-yo. A la grada le llenaba la boca. Aunque sonara triste, a algo se muere en el alma, Suárez se va. Pero ese u-ru-gua-yo también daba gracias. Por haber elegido al Atleti cuando Bartomeu le cerró la puerta del Barça. El Sevilla no encontraba líneas de pase, En-Nesyri estaba en uno de esos días que no. La presión rojiblanca le embotaba. Y los nervios. Las piernas de flan. Kondogbia en modo pulpo, el Atleti muy móvil, como un carrusel dando vueltas a su alrededor que solo mareaba, quitaba la respiración. Fue después de que la radio contara que el Betis había marcado que los de Lopetegui se serenaron. Y se subieron a la espalda de Delaney. Arre. Cogió el tiralíneas y comenzó a lanzar balones a la espalda de Savic, Giménez y Reinildo. Uno escapó a la jaula. Pero En-Nesyri lo estropeó mientras Simeone cambiaba sistema y jugadores. Carrasco intercambiaba la banda con De Paul antes de que su roce con Montiel pasara de las chispas al fuego.
U-ru-gua-yo. Ahora vuelve a sonar alto, altísimo. Pero no por Suárez. Es por Giménez, su Comandante. Que se alzó como Coloso de Goya a cabecear solo un córner botado perfecto por Carrasco mientras los defensas del Sevilla se marcaban entre ellos. 1-0. Simeone señalaba con el dedo al cielo. O quizá era al tercer anfiteatro. Con esa sonrisa alegre pero triste prendida de la boca. Justo después llegó la pausa de hidratación. Eso que irá para siempre de la mano del nombre de Suárez, el Atleti y LaLiga de Valladolid. El hombre llorando como un niño rodeado de un océano de asientos morados vacíos. Ese mismo que se lanzaba en plancha a cabecear una pelota como si fuera la última en la tierra. Pero es que quizá sí lo fuera. Al menos para él. Sus últimas en el Metropolitano. Griezmann seguía arrastrando su tapón, mientras Llorente, Carrasco y De Paul se molestaban en la misma banda. Nada más regresar el belga a la izquierda, Montiel vio la amarilla. El Sevilla se había vuelto a embotar. Sin mordiente ni ocasiones. Oblak siempre lejos. Como si Ocampos, Rakitic y Acuña hubieran perdido las piernas. Lopetegui el rumbo.
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U-ru-gua-yo. La grada seguía a lo suyo mientras otro Sevilla brotaba de la caseta. Dentro Navas, Tecatito y un cambio de sistema: ese 5-3-2 al que Lopetegui acude en casos de emergencia, con Gudelj en el centro de la zaga. Sobre el Sevilla todo eran alarmas. Si Tecatito entró alborotando, Suárez era de nuevo el hombre al que iban todos los balones al área rojiblancos. “Gracias, Lucho, por hacernos campeones”, ondeó en el fondo sur después de que su enésimo cabezazo a un centro de De Paul se marchara fuera. Once minutos le duró al Sevilla el 3-5-2: la frontal se había convertido en un queso gruyere para el Atleti, todo espacios. Lopetegui volvía al 4-4-2 con Mir y Óliver. El u-ru-gua-yo paró el reloj en el 64’. Entraba Cunha, se iba Suárez. Entre ese grito. Para volver a llorar como un niño, ahora en el banquillo de su casa estos dos años, cubriéndose el rostro con una camiseta, con hipar de hombros. Su nombre queda en el museo, ojalá que lo hiciera también en el Paseo de Leyendas (82 partidos).
El Sevilla continuaba sin piernas ni dientes pero al menos sí portero: Bono sacaría con la uña una pelota de De Paul. Sería en la portería de Oblak donde se gritaría el goool. En-Nesyri abalanzándose sobre un balón de Óliver para cambiar la suerte a su día. Olvidar los nervios, las piernas de flan, la pelota que había estrellado en el travesaño cinco minutos antes. El Sevilla se abrazaba fuerte a la Champions para ya no soltarse. La matemática en ese empate. Los dos en ella. La exhalación de tranquilidad que brotaba de los dos banquillos fue casi tan alta como ese grito. U-ru-gua-yo que esta tarde sonaba infinito.