Tercer empate consecutivo en casa del conjunto de Simeone en un partido en el que faltó remate.
João Félix fue expulsado. El Athletic sigue sin perder.
Cuando vio al árbitro alzar la roja, toda la grada tuvo esa sensación a la vez: que lo que ocurría ante sus ojos ya lo habían vivido, aunque fuese en otro campo y con otro jugador. Pero es que el árbitro era Gil Manzano, un reincidente, de esos colegiados que antes de un partido llevan a un rojiblanco a rezar.
Por lo de la mano del año pasado en Sevilla. Por aquel clásico, Costa en el Camp Nou, que ayer tendría revival, João Félix en el Metropolitano. Lo que hasta entonces era una batalla noble se llenaría de ruido, de barro.
Había comenzado el Atlético la tarde con la posibilidad de dormir líder y la terminó con otro empate, el tercero seguido. Y eso que los del Cholo amanecieron en el partido como quien enciende la luz en una habitación a oscuras. No había llegado el reloj al minuto y Llorente le rompía la espalda al lateral para ganar la línea de fondo, alzar la cabeza y buscar a Griezmann con el pie.
El punterazo del francés se fue fuera pero ya arrancó aplausos.
Lo necesita más que el gol. Sigue gris, en tono Barça. En la jugada siguiente Correa se enredaría en regates y hasta aquí llegó el peligro real. Era éste uno de esos duelos tan difíciles, sin Koke, lesionado ante el Oporto, como Lemar. Simeone daba descanso a Suárez y Carrasco para llenar su centro del campo de músculo, periscopio y velocidad. Kondogbia, De Paul y Llorente. Pero tampoco.
Diez minutos tardó Marcelino en apagar la luz de los del Cholo. En su once, los mismos. Sin Sancet, Yuri y Yeray es el equipo de gala y lo que funciona no se toca, que aún no han perdido. Saltaron con la ambición de presionar arriba pero la conexión Trippier-Llorente se la desbarató en la primera carrera.
Se dedicaría entonces a tapar esa vía con piernas. Incansable Lekue, Iñigo Martínez y Vivian cerrando espacios y cegando las diagonales. En la punta, ese 22, Raúl García, que fue soldado del Cholo, inolvidable 8. Da igual que su rojiblanco sea otro. Siempre será suyo, de esa grada que, en cuanto asomó, rompió a aplaudir como ya nunca lo harán con su 8 de ahora.
Las defensas taponaban la imaginación. Los delanteros no sabían cómo estallar las pizarras, el tablero de ajedrez. A medida que fueron pasando los minutos se fue fundiendo el Atleti, sin líneas por dentro. A Lodi le aterraba subir demasiado y dejar desnuda su espalda. Griezmann seguía lejos de todos, sin sonrisa ni físico.
A Correa le seguía sobrando siempre un regate. Por mucho que De Paul tratara de ponerle confetti a cada apertura, lo más interesante era ese partido dentro del partido: la guerra Savic-Raúl García.